La memoria trabaja con cincel y yo espero a que destile, a que desnude. En estos días, tantos meses después, me llega el eco de Turquía y el modo nada caprichoso en que ha quedado fijada en mí. Se había puesto el sol sobre el lago de sal, que también podía haber sido hielo o luna. Teníamos los ojos abiertos por la inmensidad y entrábamos en Serefli Kochisar para atravesarla en ruta. Nos detuvo un semáforo. El muecín llamó a la oración, o quizá marcó el fin del ayuno en pleno Ramadán. La voz velada inundó aquel aire raro en que la luz se extinguía y yo bajé la ventanilla y me henchí, de embriaguez, por extranjera, por aquella ciudad gris y sola. Dos hombres se saludaron con dos besos. Marta percibió una estrella en el cruce coreografiado de tres peatones. Una moto cruzó sin mirar. Y a ambos lados, los camioneros seguían atónitos. Conducía Mayra.