Luna de los pobres, siempre abierta

Planeo una despedida a las paredes y al incendio cotidiano del salón, pero es con los vecinos y conmigo misma con quien hablo.

«Te arrepentirás», me dice el camarero de la sonrisa. Yo le abrazo, sé que ninguna maldición puede alcanzarme si ha recogido mis aloes y ahora montan guardia en la esquina del bar.

«¿Viene a buscarte tu marido?», grita Núria desde sus años solos. Sí, le digo atónita. Está a punto de llegar.

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