Casi siempre al final de una clase de yoga –y ahora también en medio– sigo recuperando lugares en los que he estado y para los que no hallo nombres ni muchas veces mapas ni años: rincones adonde regreso, que me son devueltos por músculos o nervios libres y que asoman a la conciencia con un mensaje para vivir. Son ya unos cuantos: la mesa de hierro forjado en la que me tomé una Orangina con calor; la estantería de los atlas en la biblioteca de Gràcia; una escuela de música en Bilbao, para un reportaje; o el piso luminoso de una española en una ciudad con río. Estuve allí y algo en ello continúa siendo extraordinario.
En tu casa estudiando comunicación de masas, en el teatro viendo a Farruquito, con los bomberos en el empire state… hay tantos y tan buenos… Un beso.
Oh, sí… y espero que aún haya muchos más. Beso también para ti.
Olor, relax muscular, una luz de tarde que se manifiesta antes de ser computada por lo consciente… Cuanto menos discursivo, más eficaz (para moverte por el tiempo)…