La noche respira con manecillas de reloj y ladridos. Es la prueba del silencio, el que hemos hecho para oírnos pensar. En el gesto más banal –al dejar la taza, al doblar la espalda– las palabras empiezan a acercarse como mariposas encontradizas. Esta es una soledad defendida y sólo ahora el inconsciente se acomoda (es insobornable, ha estado soñando todas las noches, me ha tensado los párpados como si el mundo fuera un ataque).