El invierno se entrega a su tarea: prepara. Y mientras camina hacia mayor luz deja el rastro de membrillos y granadas aferrados a la vida con una obstinación que podría ser fe. El primer granado que supe que era un granado, aquel que dotó de significado a la palabra y al que me sigue remitiendo cualquier granada, crecía en el patio de mi abuela, en una maceta hexagonal de azulejos blancos y azules. Creí, con algo de razón, que ese fruto como una corona había dado lugar a un reino.
Preciosas palabras, Yvette, como siempre. Me fascina la sensibilidad con la que las hilvanas y esa mezcla de recuerdo y observación.
Gracias por tu generosidad, como siempre, Cristina.