Escribo mientras observo el cielo sobre el Puigfred. Es verdad que el perfil de la montaña dibuja ahí cinco promontorios iguales antes de desmoronarse. Me lo enseñó mi vecina junto al ventanal desde el que mira al mundo, así que ahora, de vez en cuando, levanto la cabeza y paso revista: uno, dos, tres, cuatro y cinco. Tiene un cáncer, más de 85 años, sabe que ya sería hora de morir, pero no quiere hacerlo en parte por esas pequeñas cumbres alineadas bajo las que siempre ha vivido y que podrían resumir su costumbre y su gusto de estar aquí.
Sigue esta primavera dubitativa. Y sigue, enhiesta, la escuela vacía de 1931 que preside mi ventana, de amarillo, como estandarte de una esperanza abandonada. Quiero fotografiar el membrillo de ese patio, su figura triste siguiendo las estaciones en la soledad de un patio sin niños, el mayor de los silencios. Quiero saltar un día la valla y fotografiar ese descuido algo irreverente, blasfemo, dedicado a lo que un día fue un avance y quiso inaugurar un tiempo.
Precioso!
¡Muchas gracias!
Llegir-te és un regal pels sentits. Gràcies Yvette
Lita, quines ganes d’escriure’t! I, per què no?, d’una passejada vora el mar. Espero que ben aviat. Mentrestant, una abraçada.