El latido grave y vibrante del qilaut, el tambor esquimal, resuena en una placita del Ensanche barcelonés para asombro de quienes interrumpen sus conversaciones y vuelven la cabeza: un hombre de traje gris con un hueso de ballena colgando del cuello ha empezado a entonar un canto profundo y modulado en honor de Cuerpomente. Tiene más de sesenta años, hace casi veinte que fue nombrado «Más Anciano» y cinco que se convirtió en chamán.
Angaangaq, cuyo nombre significa «el que se parece a su tío», procede de una pequeña aldea del norte de Groenlandia. En su libro Escucha la voz del hielo habla de cómo celebrar la belleza de todo lo que acontece, de cómo hay que tomarse un tiempo para que las palabras entren y vivan dentro de uno, de cómo las ceremonias esquimales se celebran formando un círculo porque así todos son iguales y se miran los ojos, y nadie está solo, nadie se queda atrás, nadie habla a espaldas de nadie.