Mujeres que nos han precedido

Me detiene la lluvia, que cae furiosa, intempestiva: no hay más que apretarse en el portal y esperar a que amaine. Cualquier paraguas sobra, y además no llevo. Al momento, en esa hermandad improvisada con otros, me doy cuenta de que no me importa en absoluto llegar tarde a mi cita, ni siquiera la idea de estar atrapada o perdiendo el tiempo ni cualquier otra cosa. A ninguno de nosotros parece incomodarle la intimidad súbita que de pronto nos une. Tengo una imagen preciosa delante de mí: la ciudad gris y aguada, con sus luces intermitentes de coches y semáforos por detrás de tres cabezas silueteadas. Me acuerdo de las fotografías secretas de Vivian Maier, la niñera que veía Chicago con sus ancianas y mendigos y hombres cansados, la solitaria que se interrogaba a sí misma en reflejos y sombras. También pienso en lo que acabo de leer en la salita de espera (quizá sea hoy el Día Internacional de la Espera): cómo Virginia Woolf animaba a vivir una vida estimulante, en la que una silla fuera una silla, y una mesa y una mesa, y eso fuera el milagro. Una vida en la que hubiera cosas y realidades, además de relaciones humanas. Me envuelvo la cabeza con un chal y cruzo la calle chapoteando. Se me dibuja una sonrisa.

2 Comments

  1. preciosa historia, también la de Vivian, que conocí porque colgaste un enlace en FB. Qué fotos que hacía! Menudo retrato del mundo que la rodeaba! De las pequeñas cosas que tejen la realidad.
    Como los tuyos.
    Como siempre, un placer

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