Descubro gracias a Navia unas cartas magníficas del fotógrafo chileno Sergio Larrain sobre el oficio de fotógrafo, sobre cualquier oficio («algo bien hecho (…), es tanta la atención que se ha puesto en eso»). Su laboratorio, su trabajar en paz y en silencio, me han hecho recordar a mi padre revelando fotos en el lavabo pequeño de casa, con una madera tapando el ventanuco, sus bermudas de faena y la radio puesta. Me he acordado muchas veces de cuando salió de ese cuarto anunciando que Grace Kelly había muerto. Era por la mañana, imaginé una curva en la carretera a Montecarlo. Yo tenía 9 años.
Recuerdo también la ampliadora, que había que guardar cada vez en el altillo. El olor de las cubetas. Las cajas de cartón de Kodak. Y haber colaborado con mi madre y mis hermanos llevando fotos húmedas por el pasillo, para extenderlas en la cama de matrimonio en la que se iban a acabar de secar, o en el suelo, sobre alguna alfombra, con mucho cuidado.