Quisimos ver el mar y nos detuvo la belleza de un campo repentino, herido de amapolas y margaritas allá donde no había llegado el herbicida. Moisès, a quien luego conocimos, no había echado bien el producto, su descuido había trazado franjas que ahora se revelaban como las sales de plata de una antigua película fotográfica. En las cosas en las que no prestamos la debida atención –quisimos creer–, en las que nuestro celo no es suficiente, puede crecer también una vida insolente, capaz de estremecer el orden educado de lo productivo.
Ella es más grande que nosotros. Es inmune a nuestra imperfección: nuestros errores pueden embellecerla.