Hemos llegado a Úbeda tras tres horas de una Andalucía rubia, agostada. Sólo al final han aparecido las salpicaduras de los olivos sobre la tierra, en ristras, calculados para el aceite. Aquí también el cielo puede ser blanco, neblinoso. Aquí, destinados a un hotel de aires ficticios, nos sentimos un poco desproveídos, ante un paisaje mínimo. En las calles, los hombres van comentando y tienen que, a cada poco, detenerse para hablarse mejor, con las manos, con toda la atención que unos pasos sustraerían. Sorprendo otra boda en uno de mis vagabundeos, esta vez de novia flamenca revoloteada de colores, como corresponde a este lugar festivo, de gente dada a lo social. Mucha algarabía y muchos hombres desertando la iglesia antes de que siquiera dé comienzo la misa, bajando la rampa con las alas de sus chaqués y americanas al vuelo.