Vamos a la ermita donde yo gusto de esa falta de objetivos que es sentarse a cooperar con el silencio, esperar la oración más que invocarla. Me dedico a estar, me voy despojando de todo hasta ser. Lo mental me enreda, así que no pretendo nada, no forcejeo con ningún dios ni tiemblo ni me concentro: me concedo un respiro, me doy el tiempo de esponjar mi alma, de vagar fuera de las palabras. El lugar me gusta por esa paz posible, el modo en que las paredes frenan el mundo.