De niño, dejaba sus herramientas sobre la tierra áspera de la viña y miraba al campo de fútbol con lágrimas: los otros jugaban. Su vida de ya casi noventa años se fue levantando de aquellos llantos quedos que sumaron su infancia. Toda su determinación y su conquista le vinieron de esa primera suerte injusta, convertida en fuelle. Le fue bien en el riesgo y la audacia. Pero el recuerdo del llanto siguió en la bonanza, como una forma de sombra de la que no ha podido zafarse.