Una intuición de vastedad

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Desde que vivo entre montañas, con perros y acceso inmediato a bosques y torrentes, noto una comunicación creciente con lo natural. Siento que, en cada paseo, al librarme a la apreciación de nuevos detalles, la naturaleza me integra y me permite así ser auténticamente humana.

Recuerdo un primer episodio de fusión con la naturaleza, de verdadera pertenencia al mundo, una tarde de verano en un lago finlandés. Era el año 1997. Yo estaba sola, desnuda en ese lago al que me había lanzado. El agua era negra, de una pesadez próxima a la del mercurio, y toda mi piel sentía la extrañeza del contacto con unas algas ondulantes. El cielo se tornó entonces violeta. Vi los árboles como sombras negras y, por un instante, fui todo eso a la vez, formé parte de aquello. Aún recuerdo esa intuición de vastedad. Los confines de mi cuerpo, mis fronteras sobre la tierra, se volvieron insignificantes y me supe universo, galaxia remota, vida amiga de toda vida.

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