Llevábamos apenas unas horas en Praga. Por la súbita efervescencia de la sangre, nos dabámos cuenta de que habíamos pasado tres días sumidos en la quietud de las ciudades balnearias. Olía a tilos en flor, nos llegaba el jazz de un barco en el Moldava y hacía mucho frío en lo alto del Castillo mientras el fotógrafo se demoraba en su foto de crepúsculo. Cuando hubo acabado, sin desmontar el trípode, se dio la vuelta.
A veces pasa. Esperamos el momento perfecto mientras nos perdemos a nuestras espaldas otro aun mejor. Esta vez hubo suerte. Felicidades.
Qué bonita tu reflexión. Gracias.
Son geniales las fotos. Tus saltos me recuerdan a otro momento mágico de animaciones varias. También íbamos abrigadas.
Ah, sí. Cerca del mar. 😉
Ah, no. Con pompones 😉