La encuentro tambaleante en un calle solitaria, tratando de agarrarse a la rama de un arbusto para no venirse abajo. Muy anciana, deformada por la edad y probablemente afectada por algún accidente cerebrovascular: la lengua se le escapa afuera, está gris y seca. Me mira con unos ojos de un azul desvaído y parece hacerlo desde más allá de sí misma. Hay algo extraño en ella: le nacen pelos rubios y largos por toda la cara; la bata, o su piel, huelen a decrepitud, y avanza a pasos mínimos, con los pies embutidos en unas grandes zapatillas negras. Aun así, no puedo dejar de decirme que es una persona, quizá yo misma algún día. Me dirijo a ella en francés, la tomo de una mano (llagada, nudosa), la rodeo por la espalda para que no se caiga. No puedo entender lo que dice pero insiste en el gesto de avanzar hacia la esquina y girar a la derecha.
No tarda en pararse un conductor solidario. Es amable, me pregunta si tiene papeles, si quiero que llame a les pompiers. Le explico: mire, usted es el francés, haga lo que crea, yo soy turista, pero esta mujer apenas se tiene en pie y no la voy a dejar. Duda, no sabe qué hacer, mira cómo la sostengo en cada paso y dice que la ha visto otras veces caminando así, sola, que perderé mucho tiempo si avanzamos a ese ritmo. Estupendo. Se va y le digo merci por, al menos, haberse apeado. Parece azorado cuando me responde: non, merci à vous.
Estoy ahí visitando l’Isle-sur-Sorgue, vengo de admirar el interior de Notre Dame des Anges y en una hora volveré a reunirme con mis amigos en el Café de France. No me importa nada lo bonito que pueda llegar a ser este pueblo con sus canales, sus anticuarios y sus heladerías. Avanzamos muy despacio, juntas hacia esa esquina soleada donde (qué cosas) se alza una iglesia con una inscripción caritativa. Caminamos milímetro a milímetro, en silencio. Ella ha dicho algo en inglés, pero no sé si notando que soy extranjera. Intento una vía de comunicación: Est-ce que vous êtes Française? No. English? Tampoco. Y repite algo varias veces, algo que no logro descifrar. Dice algo así como «Eus trich». Me pregunto si será austriaca. Me mira con ojos muy abiertos, y su lengua se vuelve loca.
Volvemos a mantenernos en silencio. Por un momento, noto cómo se me anegan los ojos de lágrimas. No de lástima, sino de emoción.
Doblamos la esquina. Seguiré dándole la mano hasta dejarla a buen recaudo, soy tan terca como ella. ¿Para qué habrá querido salir sola en estas condiciones? ¿Será una costumbre a la que no quiere renunciar, para ejercitarse? ¿Le apetecía un poco de sol? ¿Es una mujer independiente? ¿Se ha escapado un rato de un asilo?
Le indico: ¿aquí? (ici?) y ella cuenta con los dedos: 1, 2, ¡3! Bueno, ya lo tenemos, hay que llegar al tercer portal.
Los coches aminoran la marcha cuando enfilan nuestra calle estrecha. Llegamos a la puerta naranja. Hace ya un rato que intuyo que ésa es su casa. Leo en un pequeño letrero: DOUGLAS. Ah, así que estoy con ¡Mrs. Douglas! Home? y señalo la puerta. «Yes». English?, vuelvo a la carga. Y entonces, al fin, puedo entenderlo: Scottish!, replica vehemente. Y luego balbucea un thank you mientras me acaricia brevemente la mano. Entreabre la puerta y me quedo un poco ahí en el umbral, hasta que me asegura que está a salvo. Lo que atisbo no está del todo mal, alguien debe de venir a ayudar a esta escocesa aguerrida que, me doy cuenta, me ha dicho tantas cosas.
La palabra «azorado» me parece de las más bonitas del idioma. Me pasaría el día azorado sólo para poder pensar que me describe esa palabra.
Ya sé que es un comentario un poco excéntrico, pero es que cada vez que la leo me siento como la primera vez que la leí y la busqué en el diccionario para saber qué era lo que definía. Call me freak!
Por cierto, azorado es una palabra inexistente en el diccionario de la RAE. Por lo visto a ellos no les gusta.
Gerard, a mí también me gusta la palabra, que al parecer viene de azor (pero el ave es la que hostiga al azorado). La RAE lo admite como participio de azorar, supongo.
Qué técnica puede llegar a ser la Provenza. Cada dia veo como cada ojo de cada persona puede ver las cosas desde un punto de vista diferente. De ahí que nunca lleguemos a entendernos ni a nosotros mismos. Quizás nos sobre un ojo? Como lo harán aquellos que no ven?
Reflexiones desde una barcelona ardiente.
Yvette, he estat xafardejant aquest escrits teus, que et et transporten directament dins d’ells, no tinc paraules, estic ansiós esperant que publiquis d’una vegada un llibre.
Gràcies a tots pels vostres comentaris, que m’animen a seguir escrivint.
Precioso. Avanzar a paso mínimos.