Vine a la isla leyendo Pedro Páramo, y la Comala de Rulfo se me fue componiendo en los llanos pedregosos de la isla, en los pueblos cruzados por el silencio, en los grupos de tres hombres nomás mirando desde la oscuridad de un bar. Todo eso me gustó. La desnudez de la primera tarde. Después, las palmeras se ennegrecieron y perdieron toda compostura, se volvieron escobas viejas que el viento quería desmochar. Fuerteventura se nos hizo un mundo alucinado, cenizo como de luna a veces, terroso casi marciano en otras. Un lugar severo, devorado por las cabras, comandado por el viento y, sin embargo, tan despojado de todo que resultaba bienhechor.
Precioso…
Sí lo era, nOelia…