Llegó al pueblo hace casi ochenta años, huérfano de un padre al que habían disparado en la calle al principio de la guerra, por nada. Antes de convertirse en fontanero, todavía niño, subía a buscar leche a las masías de la montaña y hojas de avellanero para el tabaco de su abuelo. Con él iba a las viñas, con él juntaba leña para el carbón. Ha vivido una vida modesta, limitada, que sigue sabiendo apreciar. De los sabañones, el hambre y las obligaciones ha heredado una salud serena. De todas esas penurias le han salido años para vivir.