En Etiopía vi algo extraordinario, un mundo no previsto de poblados de pastores que no disponían de agua corriente ni electricidad, en el que nos recibieron corriendo los niños y nos hicieron sentar en banquetas bajo una acacia, rodeados de un anfiteatro de hombres a un lado, mujeres al otro y niños en medio. Asistimos a tres recibimientos de ese tipo, en los que el guión se repetió: primero abrazos y saludos, en seguida, y ya una vez sentados, los agradecimientos (por la visita, por la ayuda presente o futura) y más tarde las peticiones, las necesidades, los ruegos. Y esto también dentro de un orden: primero en boca de uno o dos hombres ancianos y solo después en la de una mujer portavoz, también mayor. En todos los casos, el mensaje de esa mujer postergada se elevaba con una autoridad notoria, pues son ellas y los niños los encargados de ir cada día en busca de agua.
Puedes ver aquí un vídeo breve grabado en dos de los poblados.
Todo esto ocurrió en los alrededores de una ciudad nueva llamada Zway, a unas tres horas en coche desde la capital, Adís Abeba, viajando hacia el sur por una carretera que compartimos con carros, animales, bicis y transeúntes, y que nuestro conductor pidió no recorrer sin la ayuda del sol. Se trata de una zona semidesértica a 1.800 metros de altitud (Adís Abeba está a 3.000 en su punto más alto), emborronada por nubes de polvo la mayor parte del año pero cubierta de un verde resplandeciente en los dos o tres meses de la estación de lluvias. A pesar de que ese lugar al que llegamos se despliega como una alfombra polvorienta que huele a bostas, su situación estratégica entre la capital y el sur del país determinó que hace quince años un dictador inventara ahí una ciudad, hoy superpoblada y sin la infraestructura sanitaria y educativa necesarias.
Zway no es un lugar peligroso, nos cuenta Silvia Hernández, salvo si atropellas mortalmente a alguien, en cuyo caso la familia del fallecido te puede querer matar. Madrileña, ingeniera, con un PMD (Program for Management Development) de Esade, Silvia pasa temporadas en la misión salesiana de Zway. Está acostumbrada a lidiar con la Administración etíope y se ha convertido así en una buena aliada de las ong y fundaciones que operan en la zona. El día de nuestra visita la acompañan Teo Lazo, un funcionario de León que ha apurado allí, como profesor de informática, el primero de sus seis años de excedencia, y Marta García, que aprovecha dos semanas de vacaciones para una estancia breve. Conocimos también a un buen número de hermanas salesianas hacendosas, de Granada, India, Filipinas. Son las que cada mañana distribuyen la papilla nutritiva para niños a la entrada de la misión.
El dinero de la modesta fundación con la que viajamos (http://www.fundacionchristianmarcolmosvente.org), que prefiere trabajar en silencio y manejando cifras y proyectos que pueda controlar de cerca, ha llevado ya electricidad para una bomba de agua a dos de estos poblados, Girmama y Boromo Ankarrosa, si bien la bomba de Boromo Ankarrosa lleva cinco meses averiada, nos dicen. El dinero ha servido también para instalar un transformador y para terminar unas ampliaciones de la escuela de Girmama. En el futuro, tiene previsto financiar una nueva ampliación de esa misma escuela, en la que hoy se agolpan tres niños en un mismo pupitre.
Ahora la fundación está llevando tendido eléctrico a otro de los poblados, Boromo Walicho. Con él, podrán disponer de electricidad para bombear el agua, como piden con vehemencia las ancianas vestidas de gala que hablan en nombre de su comunidad. Hasta el momento, bombean el agua con diésel o, cuando se acaba el dinero para el combustible, van a por ella a pie, durante kilómetros.
La fundación también pedirá presupuesto para un molinillo eléctrico en Boromo Ankarrosa, uno como el que ya funciona en Girmama, así como para tanques de fibra de vidrio que substituyan los actuales depósitos de agua, que sufren pérdidas. El precio de un tanque de fibra de vidrio de 10.000 litros está presupuestado en unos 1.800 euros. Los tanques de PVC resultan algo más económicos pero explotan bajo el sol ardiente del valle del Rift.
Porque esto es el Rift, una tierra herida que se abre escindida, por la que empezó a andar el hombre hace millones de años y que se encamina a ser, en un futuro lejano, el fondo del mar.
Me gustó el sonido de Zway, sobrevolada y cantada por miles de aves multicolores que el lago de este mismo nombre propicia. Hoy, nos cuentan, este lago está contaminado por los pesticidas de la creciente industria floricultora, que ha vestido la llanura del blanco de los invernaderos. Si las mujeres y los niños de los poblados de Zway llenan sus bidones de agua envenenada es por esas rosas que luego en Europa se regalan baratas en señal de amor.
Toda esta situación penosa no me parecería peor que esas otras invisibles que se enroscan en los intestinos de nuestras ciudades magníficas si no fuera porque, a la vuelta, al entrar en Adís Abeba a las 9 de la mañana, el espectáculo de una ciudad que se levantaba como grisalla entre polvo, cabras, humo, nos hizo a todos los ocupantes del 4×4 mirar callados. Mirar y observar eso que daba perspectiva y le quitaba peso a todo, incluido a eso mismo, a eso ahí fuera del taxi, con la sensación de absurdo que da la enorme dificultad con la que el hombre avanza hacia el probable desastre, pero también con una gran conciencia clarificadora que ayudaba a entender el vivir y su única posibilidad de sentido: el regalo de aquello que hagamos con nuestros dones y privilegios.
Éste es el relato fotográfico del día que pasamos en Etiopía:
Amanecimos un domingo en Adís Abeba, la capital.
Nos dirigimos a Zway, 163 km en dirección al sur.
Zway se levantó hace apenas 15 años por una decisión política en un área semidesértica.
Ésta fue nuestra habitación en la misión salesiana de Zway. Puedes oír aquí los sonidos que nos llegaban ese domingo desde la ventana.
Y éstas son algunas de las 700 niñas que asisten al centro juvenil-oratorio de la misión salesiana de Zway. Puedes oírlas cantar aquí. Hay más de 2.200 niños y niñas estudiando también en el colegio de las salesianas.
Saliendo de Zway, nuestra primera visita fue al poblado de Boromo Ankarrosa.
Después visitamos Boromo Walicho.
El último poblado en el que estuvimos fue Girmama.
En Girmama, donde parecen tener un espíritu más emprendedor, usan un molino eléctrico para harina que financió otra ong pero al que la Fundación Christian Olmos Vente llevó electricidad en 2013. Kelil, que fue nuestro traductor el día de la visita a los poblados, dirige la escuela de Girmama y enseña inglés.
En la escuela de Girmama los niños aprenden amárico (lengua oficial en Etiopía) e inglés. En el poblado se habla oromo.
Este edificio verde es la escuela de Girmama, que ha de volver a ampliarse. Actualmente se sientan en ella tres niños por pupitre.
La fundación Christian Olmos Vente ha pedido presupuesto para reemplazar los tanques de agua de Boromo Ankarrosa y Girmama, que pierden agua, por otros de fibra de vidrio cilíndricos de 10.000 litros. Reforzarían la base, ya que se encuentra un poco deteriorada, pero la estructura de soporte serviría.
Al día siguiente, emprendimos el camino de vuelta a Adís Abeba. Era lunes, de buena mañana.
Gràcies Ivette pel relat i les fotografies, per la tendresa i sensibilitat. Ets un amor.
Gràcies a tu, Lita, per la teva generositat, sempre. Una abraçada.