Una fina película sobre todas las cosas

 

 

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Entrevisto a Gabriel en el obrador en el que ya amasaba pan el padre de su tatarabuelo. Puede asegurarlo porque conserva los recibos conforme la panadería abasteció a las tropas carlinas en 1837. Seis generaciones y casi dos siglos después, él sigue, como sus antepasados, dedicado a hacer pan con la fórmula antigua e infalible del amor, aunque ya apretado por la modernidad en el número de hornadas, la variedad de productos y la fijación de precios. Han desaparecido los haces de leña apilados en el sótano –entonces nevaba más– y el horno moruno al que, en días de fiesta, pasada la guerra, venían los vecinos a cocer grandes cazuelas y cabezas de cordero. Tampoco suena ya el acordeón diatónico de su bisabuelo, que recorría las calles tocando tangos y valses. Nada de eso ha podido persistir. Ahora hay vigas de madera que cumplen la normativa contra incendios. Un iPhone. Pan ecológico. Y una cámara refrigeradora que sirve a la fermentación lenta. Mientras hablamos, Gabriel –se disculpa– no puede permitirse parar el proceso de producción, rellena las ensaimadas que mañana habrá de vender. De vez en cuando, sin embargo, como abandonado a su propia voz, se detiene. Entonces parece hacerse perceptible el vuelo evanescente de la harina creando una fina película sobre todas las cosas.

Sobre la historia de Gabriel y del Forn Viñas de Castellar del Vallès he publicado un reportaje (en catalán) en el número 9 de la revista Vallesos.

 

 

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