He vuelto a la Provenza, a un sur del norte, y las ciudades estaban blancas, palidecidas por el mucho sol, aunque bien vividas, animosas en las plazas y los cafés. Me he podido detener. He practicado cierta serenidad de solamente mirar, ganada al tumulto de vivir, y ni he tendido a pensar.
Qué maravilla!
Muchas gracias, nOelia. Sí, ¡lo era!