Campanadas como magdalenas

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A veces vuelvo al pueblo ahora no muy lejano en el que pasé mis antiguos veranos. Es el lugar en el que una higuera dotó de significado a todas las posteriores, en el que lo verde, lo natural, pudo existir y nombrarse y tomar forma definitiva: sé de la floración de las rosas, del olor de la menta y los jazmines por aquella primera experiencia de un jardín. Vuelvo, pues, a este pueblo, piso la tierra que se adhería a los tobillos como polvillo y oigo las campanas de la iglesia, que suenan cuarenta años después con el mismo timbre que entonces, de una forma inigualable, inexplicable, con un sonido que el corazón percibe distinto y reconoce de entre las miles de frecuencias sonoras posibles. Esas campanas son más que magdalenas, las siento batiendo contra el corazón, cada una como un golpe, pero un golpe dulce, de noción de pasado, de largo recorrido y recuperación.

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